La multipremiada escritora mexicana Mónica Lavín dará el taller principal de ficción en español en enero de 2019. Conoce más acerca de ella en esta entrevista exclusiva con Under the Volcano.
¿Qué libros estás leyendo actualmente?
Siempre estoy leyendo cuentos que combino con la lectura de novelas. Estoy leyendo a Peter Taylor, a quien hace poco descubrí, y la novela de la ganadora del premio Sor Juana Inés de la Cruz que da la Feria Internacional del Libro de Guadalajara: El asesino tímido de Clara Usón.
¿A qué libros regresas una y otra vez? ¿Por qué?
Vuelvo a los cuentos de Chejov, de Carver, Borges y Joyce, porque me sorprende la hondura de su brevedad. A El corazón de las tinieblas de Conrad, a Luz en agosto de Faulkner, a Carson McCullers, por su oscuridad y misterio, y por el embrujo de la prosa.
¿Con cuáles tres escritores —vivos o muertos— te gustaría tomar un café o un trago? ¿Por qué?
Me gustaría sentarme con Edith Wharton por exquisita y transgresora. Con Jorge Ibargüengoitia, por su humor, y con Ian McEwan porque trabaja con lo imprevisto y lo que irrumpe en la vida cotidiana.
¿Tienes algún talento o pasión además de tu quehacer literario que podría sorprender a la gente?
Me formé como bióloga, pero en realidad era escritora desde antes. Sólo que creía que los escritores estaban muertos y además no sabía cuál era el camino. La ciencia me sigue gustando mucho pero no se pueden cultivar dos pasiones con la misma intensidad. Me gusta el baile flamenco, intento aprenderlo.
¿Cuáles tres consejos les darías a otros narradores?
Leer dos veces lo que nos subyuga; en la segunda lectura atender a las decisiones del escritor: ser sus cómplices. Armar un decálogo de cuentos y exprimirlos: aprender de lo breve. Tener una libreta que acompañe el proceso de escritura de novela, las dudas, los esquemas, las rutas.
¿Cuál es tu rutina de escritora?
Preparo café que bebo en taza roja, las mañanas son mis mejores aliadas. Tengo varias libretas: la que es comparsa de la novela que escribo, la que recoge ideas de cuentos, la que es diario de vida y la que llevo en la bolsa para las ocurrencias del momento (esa se contamina con asuntos prácticos, las otras no).
Para entrar en calor con la jornada de escritura, reviso en la libreta el cuadro de la trama (cuando se trata de novela), enciendo la computadora y escribo el capítulo o fragmento de capítulo. No reviso. Trabajo obra negra hasta que tengo una primera versión, entonces leo y desecho, rehago. Entro a la fase dos.
Para escribir cuento, la idea ya se cocinó en la cabeza, tengo la línea inicial donde todas las decisiones están tomadas. Lo escribo de un tirón. Pero no estará listo hasta muchos meses después.
¿Cuál fue tu momento de mayor desesperación como escritora y cómo saliste de él?
Cuando escribía mi primera novela en su quinta versión, Tonada de un viejo amor, y de pronto perdí el archivo en la computadora. Yo había escrito mis cuentos a mano, pero la novela directo en la computadora. Sentí una opresión en el pecho. Una sensación de que algo se moría, la certeza de que no la volvería a escribir. Un día después, un experto en computadoras la encontró. La imprimí de inmediato. Comprendí que la computadora y yo éramos frágiles (es uno de mis temas…).